viernes, 13 de abril de 2012

El amante meticuloso III


En cuanto las copas empezaron a dejar notar su efecto, Irina olvidó por completo el manual de Normas de Comportamiento en una Primera Cita, ayudada, por supuesto, por el recuerdo de la caricia en el cine, el mordisco en el baño del bar, el impúdico baile en el centro de la discoteca. Y le besó con el resultado de la suma de todos sus anteriores besos (y os digo que un beso como ése hubiera desmayado a cualquiera). Iván le correspondió, como siempre. A trompicones, sin dejar respirar sus lenguas un segundo, se levantaron del sofá y se encaminaron hacia la habitación.

Si Irina hubiera pensado algo en ese momento (si sus hormonas no se hubieran hecho cargo del control de todo su cuerpo), seguro que todas sus neuronas hubieran gritado a coro: ¡por fin! En cualquier caso, era momento de actuar, y sus dedos se lanzaron como soldados a la batalla contra el cinturón de su amante quien, a juzgar por la tirantez de su pantalón, tampoco debía tener mucha sangre corriéndole por el cerebro. La técnica estaba más que aprendida: librerar el cuero de la hebilla, estirar con fuerza y sacar el cinturón del pantalón, para lanzarlo a cualquier lugar de la estancia. Iván introdujo una novedad al agarrar la pieza en pleno vuelo, cercenando su trayectoria, y mantenerla enrollada en la mano.

Él sonrió a modo de disculpa. Irina correspondió en plena ebullición de imágenes mentales: ella con los brazos atados a la cabecera de la cama, con los tobillos inmovilizados, Iván y ella cogidos por un solo brazo, etcétera. Curiosamente, la única escena que escapó a su proyección fue la que llevó a cabo Iván. Mientras ella tiraba su ya arrugado vestido sobre las pulcrísimas sábanas, Iván guardaba el cinturón en el tercer cajón de su cómoda.

La imagen era implacable. Irina de pie, brazos en jarra, mostrando su mejor conjunto de lencería negra, medias a juego. Iván no tardó en lanzarse encima, y en un acto de inusual pericia, conjugó todo un camino de besos húmedos sobre el vientre de Irina con la increíble capacidad de doblar el vestido con una sola mano. “Para que luego digan que los hombres no saben hacer dos cosas a la vez”, ironizaba Irina con amargura.

Algo parecido pasó con la camisa de Iván, recogida sobre la cómoda, los zapatos de tacón (al pie de la cama, esquina derecha, contra la pared) y sus medias (enrolladas dentro de los zapatos). Sin embargo, no fue hasta ver que sus braguitas de encaje estaban perfectamente dobladas sobre el resto de su ropa, que Irina se percató de lo extraño de la situación. Haciendo acopio de todo el raciocinio del que podía disponer en ese momento, Irina pensó que los nervios le estaban jugando a su amante una mala pasada, y decidió que esto no era más que un detalle sin importancia, nimio; siendo justos: pequeño; al lado de la ya vibrante erección de Iván abriéndose paso entre sus piernas.

1 comentario:

Necio Hutopo dijo...

Claro, no falla, años sin actualizar y ahora lo haces con velocidad pasmosa... Y, por si fuera poco, mandándome a tomar una ducha de agua fría a las 04:31 am...