jueves, 7 de mayo de 2009

Sobre la pátina de las cosas

Estos días estoy leyendo La trilogía de Nueva York y, de paso, conociendo al Paul Auster (aunque aún no sé si vamos a llevarnos bien o no).
A pesar de que hay cosas que no me acaban de encajar, sí me ha sorprendido esa especie de obsesión que tiene Auster con los nombres y las palabras. Creo que Ciudad de Cristal retiene una especie de declaración de intenciones al respecto.
Podemos pasar a ser otra persona sólo con cambiarnos el nombre. Si nos presentamos con un nombre diferente al que hay impreso en nuestro documento de identidad, ¿estamos interpretando a otra persona?.
El protagonista de esta primera historia lo hace (más o menos). Baraja diferentes personajes a los que define a través de sus nombres: escritor solitario, pseudónimo, detective... cada uno es un personaje diferente con un nombre diferente. La inclusión de un personaje llamado "Paul Auster" ya da que pensar.

Aunque esto es sólo una introducción. Auster empieza fuerte, hablando del "lenguaje de Dios". Si mantenemos a una persona aislada de cualquier contacto lingüístico desde su nacimiento, ¿hablaría? ¿qué palabras diría?. El capítulo cuarto reseña algunos de estos casos: desde citas a Montaigne pasando por aislamientos accidentales. A modo de símbolo que no puede faltar, aparece también mencionada la Torre de Babel como un elemento más o menos central de la trama. Sin embargo, hay un fragmento que quiero destacar por parecerme de lo más interesante dentro de este tema.

Considere una palabra que remite a una cosa: "paraguas", por ejemplo. Cuando digo la palabra "paraguas", usted ve el objeto en su mente. Ve una especie de bastón con radios metálicos plegables en la parte superior que forman una armadura para una tela impermeable, la cual, una vez abierta, le protegerá de la lluvia. Este último detalle es importante. Un paraguas no sólo es una cosa, es una cosa que cumple una función, en otras palabras, expresa la voluntad del hombre. Cuando uno se para a pensar en ello, todos los objetos son semejantes al paraguas, en el sentido de que cumplen una función. Ahora, mi pregunta es la siguiente: ¿qué sucede cuando una cosa ya no cumple su función? ¿Sigue siendo la misma cosa o se ha convertido en otra? Cuando arrancas la tela del paraguas, ¿el paraguas sigue siendo un paraguas? Abres los radios, te los pones sobre la cabeza, caminas bajo la luvia y te empapas. ¿Es posible continuar llamando a ese objeto un paraguas? En general, la gente lo hace. Como máximo, dirán que el paraguas está roto. Para mí eso es un serio error, la fuente de todos nuestros problemas. Puesto que ya no cumple su función, el paraguas ha dejado de ser un paraguas. Puede que se parezca a un paraguas, puede que haya sido un paraguas, pero ahora se ha convertido en otra cosa. La palabra, sin embargo, sigue siendo la misa. Por lo tanto, ya no puede expresar la cosa. Es imprecisa; es falsa; oculta aquello que debería revelar.
(Ciudad de Cristal. Paul Auster)

El tema no es nada nuevo, evidentemente. Probablemente haya sido un tema más que recurrente desde que el hombre empezó a dominar el lenguaje. No vamos más allá de la caverna de Platón.

Y en este mismo camino me he acordado de algunos versos de los poetas españoles de principios del siglo pasado, que buscaron a su manera reflejar estas mismas inquietudes.

No sé con qué decirlo,
porque aún no está hecha
mi palabra.

¡Intelijencia, dame
el nombre exacto de las cosas!
...
(Acción. Juan Ramón Jiménez)


Albor. El horizonte
entreabre sus pestañas
y empieza a ver. ¿Qué? Nombres.
Están sobre la pátina

de las cosas. La rosa
se llama todavía
Hoy rosa, y la memoria
...
(Los nombres. Jorge Guillén)

4 comentarios:

Necio Hutopo dijo...

De los nombres y su importancia... mmm... Tu no te has enterado de la existencia de una obrita casi sin importancia que se llama La Importancia de Llamarse Erenesto, más o menos lo mismo, pero con una pedanteria mucho, pero que mucho más entrañable que la de Austen...

Y de los nombres y la cosa... Pues, creo Fucault tenúa reflexiones mucho más válidas.

Y es que a mi Austen no me gusta.

haddock dijo...

Jo, me sabe mal que no te guste. Ahora no sé si regalarte otra cosa suya a ver si hay más suerte....
En otro orden de cosas, y más relacionado con el anterior post, recomiendo mucho El antropólogo inocente, de Nigel Barley. Un ingenioso e irónico relato sobre sus investigaciones de la tribu Dowaya en Camerún.

Kiryë dijo...

Sr. Hutopo. Pese a que sí conozco la obra, aún no he tenido el placer de leerla. Igualmente ya digo que es un tema que se está tratando casi desde que los humanos son humanos, así que seguro que hay cientos o miles de reflexiones sobre el tema, y seguro que la mayoría mucho más válidas. Simplemente me llamó la atención ese fragmento. De todos modos gracias por la recomendación :)

Sir Henry Morton Stanley dijo...

Ninguna novela de Auster me parece redonda, y a pesar de ello me he leído tropecientas. Su libro que más me gusta es un pequeño ensayo que se llama Experimentos con la verdad. Trata sobre escritura (en general y en particular). Tiene un capítulo sobre el azar muy bueno...