sábado, 30 de enero de 2010

Cortázar

La primera vez que leí Rayuela (en un verano entre los 15 y los 16 años) seguramente entendí bien poco de la novela. Al menos, entendí poco de lo que hablan los críticos y los prólogos. Sin embargo, leyendo a Cortázar aquella primera vez hubo algo que me hizo pensar: es la historia más real que he leído nunca.

Es curioso afirmar esto de una novela que huye de las convenciones y las descripciones, que no busca precisamente el retrato de una sociedad o la creación de un héroe emblemático.

Por eso Rayuela me parece tan real: es como un retazo de una vida, ¡zas!, lanzado sin piedad, sin masticar ni recortar siquiera, hacia el lector. Un retazo de vida donde los personajes son casi personas y piensan a la par que hablan o mientras ojean una novela de Pérez-Galdós, que hablan unos por encima de otros, que silban y que sienten sin llorar.

Ahora que he vuelto a Rayuela por tercera vez intento entender más de esas cosas que cuentan los que entienden, y en las que sin duda hay que fijarse. Aunque también sigo sintiendo esa bofetada fría que llega con ciertas frases, con ciertos pasajes, esos trozos de vida que tanto se parecen a los que hemos sentido o habremos querido sentir.


Sin irme más por las ramas... leyendo hace unos días el capítulo 41 de Rayuela (el del tablón) la mente no paraba de hacerme idas y venidas hacia ese extraño "capítulo cero" que recomiendo encarecidamente leer. Enlazo directamente el artículo de La Piedra de Sísifo y no reproduzco aquí el texto porque Santino incluyó un fragmento más que esclarecedor sobre el fragmento. Sin embargo recomiendo a los "rayuelianos" que lean el texto y se recreen un poco en imaginar significados y posibles lecturas sobre los personajes y las situaciones antes de descubrir completamente el significado del que fue la base sobre la que se asentó Rayuela.


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Añado unas imágenes que tomé en el cementerio de Montparnasse en París. La tumba de Cortázar y su última mujer (Carol Dunlop) estaba llena de tierra, escritos, billetes de metro y huellas. En la lápida que corresponde a Cortázar hay un agujero rectangular que da directamente a la tierra. Allí los visitantes echan hojas, libros y postales para que se queden con él.
Todo aquello (lo sucio, lo orgánico) me pareció un homenaje de lo más apropiado para él.


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Edito para añadir la lista de reproducción de Jazzuela para Spotify.

3 comentarios:

Calpurnia dijo...

mira.. el capitulo cero no lo conocia

Necio Hutopo dijo...

Cortázar, ese enormísimo cronopio y Rayuela es un libro al que hay que volver de vez en vez.

Anónimo dijo...

Eres toda una Maga :)