jueves, 12 de abril de 2012

El amante meticuloso II


Al entrar, Irina se sonrió. O al menos así lo hacía en mi recomposición mental de los hechos. Era fácil imaginarla cruzando la puerta con una sonrisa altiva en los labios, viendo su ego sobrevolar de estancia en estancia, todas ellas limpias y ordenadas con una pulcritud casi enfermiza. Iván la invitó a sentarse mientras él servía un par de copas. Ella se acomodó en el sofá tal y como dictaban Las Normas de Comportamiento en una Primera Cita: la pierna derecha cruzada sobre la izquierda, y ésta recogida bajo el cuerpo, con el zapato sobre el sofá, en una actitud a la par elegante y desenfadada.

Sintiéndose la mujer más sexy del universo (era lógico: Irina hubiera sacado matrícula en la universidad de comunicación no verbal para con un amante), se dedicó a visualizar al Iván de dos horas antes: podía verlo corriendo de un lugar a otro de la casa, fregona en mano, ordenándola para ella; construyendo el escenario sacado de la página 5, sección salones, del último catálogo de Ikea.

Iván volvió con los dos Martini y echó una mirada nerviosa a Irina (ay, si ella hubiera sabido que lo que provocaba su sofoco no era el límite de su falda ligeramente arremangada, sino el tacón del zapato rozando la tapicería color crema). Hubo alguna otra alerta que Irina, la experta seductora e intérprete (casi) infalible de señas sexuales, no supo descodificar. Es lógico, le dije. Con toda esa amalgama de hormonas flotando a tu alrededor, no hubieras visto un elefante rosa a dos metros. Pero ella no atendía a condescendencias, y prosiguió su historia con la mirada fija en la última aceituna del vermut.

2 comentarios:

Necio Hutopo dijo...

Pobre Irina... Pobre...

Soy yo o esta segunda parte llega un poco, mmm.... Retrasada?

Kiryë dijo...

Todo llega, Hutopo, todo llega :P